sábado, 26 de noviembre de 2011

Él

Ella, de repente aparece en tu vida. De la nada y sin darte cuenta te va llevando consigo, sin preguntarte ni si quiera si puede entrar en tu vida. Entonces empiezas a alejarte de todo aquello bonito que te rodea, de tus amigos, de los estudios, etc... No sabes porqué lo haces, no le encuentras el sentido a nada, perdida, sin ganas, te ha consumido, tan solo ella te deja esa marca que no se va con medicinas o con betadine, ella no te deja marca física, pero te deja una inmensa marca que te acompañará siempre. Ella no te da tregua, y cada vez te das cuenta de que no hay nada por lo que merezca la pena seguir viviendo. Entonces me di cuenta. Abrí los ojos en una simple vigilia. Me di cuenta de que solo Él me podía rescatar. Es alguien a quien debo mucho y que desde aquel dia amo con todo mi ser. Me he levantado gracias a ÉL y las heridas me han sanado.
Él me levantó , si, así me dio un abrazo y aunque parezca una locura fue así. Ahora sé que mi vida tiene sentido y sé que merece la pena seguir viviendo nada más que por su cruz. Se lo debo, se lo debemos.
Desde entonces ella no me a vuelto a molestar, no he dejado que me de más puñetazos ni más heridas. Mi corazón está amando y no hay sitio para el dolor. Ya no siento que haya nada más, lo hay todo. Hay mucho por hacer.

Tan solo ÉL me ha sacado de la SOLEDAD.

SIEMPRE UNIDOS +

Anónimo

sábado, 5 de noviembre de 2011

La gran aventura de Winter

Un ejemplo de superación y de que todo es posible.
La película, basada en hechos reales, trata de un delfín que es encontrado varado en una playa. La sorpresa es que el delfín encontrado no tiene aleta caudal. Así un grupo de científicos y amigos se unen para hacer lo que sea posible para que el delfín vuelva a nadar.


sábado, 27 de agosto de 2011

Discurso del Papa Benedicto XVI a los jóvenes.

Vigilia de Oración con los jóvenes

Aeródromo de Cuatro Vientos, Madrid a 20 de agosto de 2011

Queridos amigos:

Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.

Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).

Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.

Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.

Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.

Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.

En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.

A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.

A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).

Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).

Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.

Queridos amigos: Gracias por vuestra alegría y resistencia. Vuestra fuerza es mayor que la lluvia. Gracias. El Señor con la lluvia nos ha mandado muchas bendiciones. También con esto sois un ejemplo.

Queridos jóvenes:

Hemos vivido una aventura juntos. Firmes en la fe en Cristo habéis resistido la lluvia. Antes de marcharme, deseo daros las buenas noches a todos. Que descanséis bien. Gracias por el sacrificio que estáis haciendo y que no dudo ofreceréis generosamente al Señor. Nos vemos mañana, si Dios quiere, en la celebración eucarística. Os espero a todos. Os doy las gracias por el maravilloso ejemplo que habéis dado. Igual que esta noche, con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida. No lo olvidéis. Gracias a todos.

martes, 14 de junio de 2011

NOS DA SU ESPÍRITU, QUE NOS UNE A ÉL Y NOS CONSAGRA (de las catequesis preparatorias para la JMJ)

1. El acontecimiento de Pentecostés

En Pentecostés se manifiesta el Espíritu Santo a los apóstoles. La promesa de Jesús "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) se cumple en su Espíritu. El Padre, que había enviado a Jesús en la encarnación, envía en Pentecostés al Espíritu Santo que lleva a cumplimiento lo que Jesús había manifestado. El Espíritu que aparece en Pentecostés con dones extraordinarios es el mismo Espíritu que se ha manifestado en toda la historia de la salvación.


2. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

En el Génesis Dios crea el cosmos por su Espíritu "que aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2). Este mismo Espíritu es el que interviene, junto con el Padre y el Hijo, en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), es el Espíritu que Yahvé sopla sobre el barro modelado según el segundo relato de la creación del hombre (Gn 2,7).

El Espíritu se manifiesta en el Antiguo Testamento a través de personajes elegidos por Dios para ser los mediadores de su acción y de su vida. En los patriarcas el Espíritu se revela por medio de la bendición que reciben y transmiten de generación en generación. Abrahán, el primero de los patriarcas, es bendecido por el Dios que cumple con su promesa de una gran descendencia. Él recibe, a su vez, la vocación de bendecir a la posteridad.

Después de la época de los patriarcas, el pueblo de Israel, esclavizado bajo el poder egipcio recibe un nuevo mediador. Dios elige a Moisés para salvar a su pueblo, para que haga de puente entre Dios y el pueblo. Además, Moisés unge con el óleo santo a los sacerdotes de la tribu de Leví para que sirvan a Dios y a los israelitas a través del culto. En la Ley Dios manifiesta su Amor por el pueblo. Pero son los profetas los que reciben la inspiración del Espíritu Santo de un modo especial. El Espíritu viene y manifiesta a través de los profetas un mensaje (palabra) o les encomienda una acción (obra). Los profetas anuncian a Cristo y preparan el camino para su venida. El último profeta, gozne entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es Juan Bautista, el Precursor.


3. Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo

Las profecías se cumplen en Jesús. Él es el Mesías anunciado por los profetas. Es profeta pero más que profeta. Es el Hijo de Dios que recibe también como hombre el Espíritu Santo. La misión de Jesús consiste en manifestar el amor del Padre a través de la predicación y de sus obras, signos y milagros. Así se manifiesta su designio de salvación: anunciar la Buena Noticia, liberar, curar. El poder del Espíritu Santo capacita a la humanidad de Jesús para ser cauce de la salvación de Dios.

Jesús es el Mesías, el Cristo, el "Ungido". Mesías (en hebreo) es lo mismo que Cristo (en griego) y significa "Ungido". El Padre unge a Jesús con el Espíritu Santo. El Hijo de Dios ha recibido desde siempre la unción del Espíritu Santo por el Padre. La novedad es que también Jesús, en cuanto hombre, recibe la unción del Espíritu. Por tanto en Jesucristo podemos distinguir dos unciones: la unción como Hijo de Dios, que recibe desde toda la eternidad, y la unción en su humanidad. A su vez, en su existencia humana, es ungido en distintos momentos por el Espíritu Santo.

En la encarnación el Verbo de Dios, sin dejar su divinidad, asume la carne humana por la acción del Espíritu Santo. De manera que el Hijo de Dios, tomando la carne y sin perder su condición divina, se hace hombre. Por la encarnación, en Jesús está presente y actuante el Espíritu Santo. Lo está en su divinidad (ahí no hay cambios) y comienza a hacerse presente en su humanidad. El Verbo divino toma la carne para ungirla con el Espíritu y llevarla a la gloria del Padre.

Después del bautismo en el Jordán recibe la unción del Espíritu con vistas a su misión de mediación entre Dios y los hombres. El Espíritu Santo se manifiesta a través de la humanidad de Jesús revelando su inmenso poder. Es tal la fuerza del Espíritu que su acción se transmite a través del cuerpo de Jesús, de todos sus miembros corporales, llegando incluso a la orla de su manto. El poder salvífico de Jesús se realiza a través de su humanidad, que es, en este sentido, sacramento (signo) de la acción de salvación de Dios con su pueblo.

La última etapa de la vida de Jesús es el misterio pascual. Solamente cuando Jesús resucita es glorificado plenamente también en su cuerpo. Cristo es plenificado por el Espíritu en la resurrección después de ser perfeccionado por la pasión y la cruz.


4. El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo

Cristiano quiere decir ser discípulo de Cristo, ser "ungido" como Cristo, marcado con el sello del Espíritu Santo con una marca indeleble. Así la hizo el bautismo y luego la confirmación la consolidó.

¿Quién soy yo? Mi identidad viene dada por ser hombre y cristiano. Como ser humano he sido creado a imagen de Dios: soy hijo del Padre a imagen del Hijo por el Espíritu Santo. Como cristiano, por el bautismo soy hijo de Dios, miembro de Cristo al participar de su misterio pascual (muerte y resurrección), soy parte de su Cuerpo (la Iglesia) y soy Templo del Espíritu Santo.

Al ser creado he recibido una gracia natural: el don de ser moldeado por el Padre con sus manos (con el Hijo y el Espíritu Santo). Con el bautismo he sido re-creado. He recibido la gracia santificante. Es un nuevo don que se añade al de la creación. Es tanto el amor de Dios conmigo que ha querido asociarme más hondamente a su propia vida, no sólo concediéndome una naturaleza capaz de comunicarse con Él, sino también me hace posible ser otro Cristo, a imagen del Verbo encarnado. Es el Espíritu Santo el que nos hace hijos en Cristo y sólo por su acción podemos llamar a Dios "Padre”.




5. El Espíritu en la vida de la Iglesia

El Espíritu Santo es el don de Dios para la Iglesia. El don del Espíritu es la entrega amorosa del Padre y el Hijo. Hablar de don es hablar de gracia, amor, donación, entrega. El Espíritu Santo es la gracia, el amor de comunión que Dios entrega como don gratuito para nuestra salvación. El don del Espíritu Santo tiene, como todo regalo, un donante y un receptor. El dador es la Trinidad. El receptor es todo hombre. ¿Y qué dona? La gracia, que no es una cosa, sino una presencia personal, la presencia de la tercera persona de la Santísima Trinidad.


a) Los dones del Espíritu Santo

El don del Espíritu Santo se manifiesta de muchas maneras. Los "talentos" son las gracias espirituales que cada uno recibe "según su capacidad" (Mt 25,15). El don del Espíritu es único, pero multiforme. Inspirados en Is 11,1-3 , la Iglesia ha concretado el único don del Espíritu en siete dones:
El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús. Este don nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con Dios.
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de Dios. Esto en Jesús se daba de un modo espontáneo: gustaba en cualquier realidad de la presencia de Dios.

El temor de Dios es el don del Espíritu por el que reconocemos su misterio y nos postramos en adoración ante Él como criaturas. Es la actitud de Moisés al descalzarse en la tierra sagrada.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para comprender la revelación que acogemos por la fe. Este don consiste en la ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas comprendiendo más.

El don de ciencia es la luz que el Espíritu da para entrar más en profundidad en el conocimiento de las cosas humanas. Este don nos ayuda a ir más allá de lo aparente, teniendo una mirada desde Dios.

El don de consejo es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes. Ilumina la conciencia en las opciones de la vida diaria.

El don de fortaleza es la fuerza de Dios que nos capacita para hacer el bien y evitar el mal y nos alienta para dar testimonio de la fe, incluso hasta la ofrenda final de la vida con el martirio. Con el don de fortaleza podemos realizar lo que hemos recibido en el don de consejo.


b) Los carismas

Junto con los dones desde los comienzos de la vida eclesial aparecen los carismas. "Carisma" significa en sí don gratuito de Dios. Mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia .Los carismas son dados para el bien de la comunidad, la construcción del Cuerpo Místico. Sin embargo, afecta al sujeto siendo para él fuente de fervor y, en definitiva, de santificación.. No están ligados al mérito personal: el Espíritu Santo los distribuye a quien quiere según la utilidad de la comunidad y no las cualidades del sujeto. Desde este sentido más técnico San Pablo enumera 4 listas de carismas, que podemos estructurar en 3 categorías:

- Instrucción: carisma de apóstol, profeta, doctor, evangelista, exhortador, palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, hablar en lenguas, don de interpretarlas.

- Alivio o consuelo: Carisma de fe, gracias de curaciones, poder de milagros, limosna, hospitalidad, asistencia.

- Gobierno: carisma de pastor, ministerio.


c) Los frutos del Espíritu Santo

Junto con los dones y carismas, están los frutos a través de los cuales se manifiesta la acción del Espíritu: "Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: 'caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad' .


sábado, 21 de mayo de 2011

“SE HAN LLEVADO A MI SEÑOR…” (Jn 20, 13)

Como María Magdalena nos hemos sentido todos esta semana cuando nos hemos enterado de que el pasado domingo alguien se llevó al Señor de la ermita del Cristo. Desde entonces yo he pasado por casi todos los estado ánimo: sorpresa, incredulidad, enfado, impotencia… Muchas veces cuando pienso dónde estará y qué estarán haciendo con Él, me pongo triste. Pero a pesar de todo, hoy mi vida sigue igual.


Esta semana he ido a la ermita varias veces, y todo parece normal. Qué grande es el Señor, que se hace tan pequeño, que pasa así de desapercibido; se hace tan vulnerable para poder estar con nosotros, que se deja hasta robar. Esto que ha pasado, me escandaliza, ¿cómo puede alguien llevarse al mismo Dios-Amor para profanarlo? (porque seguro que no se lo han llevado para montarse una Hora Santa en casa). Pero esto también me ha hecho pensar en cómo está mi amor por la Eucaristía. Yo no vendo al Señor en el mercado negro, pero voy tantas veces a comulgar distraída, a adorarle pensando en mis cosas… Muy poquitas veces soy consciente de quién está ahí realmente, escondido en el Sagrario, expuesto todo el día en las Clarisas, o deseando hacerse presente en las manos del sacerdote en cada consagración. Lo he visto tantas veces que he acabado acostumbrándome, y han tenido que venir estas personas a robar a la ermita para recordarme que de verdad Dios está ahí.




Y ante esto, ¿yo qué puedo hacer? Providencialmente, el otro día leí una entrada de un blog acerca de la profanación de la capilla de Somosaguas, y cómo una estudiante católica que pasaba por allí, al ver la que se estaba liando, decidió pasar a la capilla y rezar. La imagen es impresionante.

Santa Maravillas de Jesús, cuando se profanó la imagen del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, les dijo a sus hermanas: “Han derribado al Señor de su trono, levantemos cada una en nuestro corazón un trono para el Señor… orando y reparando” .

Pues eso el lo que yo creo que tenemos que hacer ahora, orar y reparar, pedir por los que se han llevado al Señor de la ermita, amar mucho a Dios, y decírselo mucho. Si todos le decimos cada día: “Jesús, te quiero”, recibirá un “te quiero” por cada persona que nunca se lo va a decir, por cada forma robada, por cada capilla profanada…

¡Jesús, te quiero!



Cris+

domingo, 1 de mayo de 2011

RESUCITÓ AL TERCER DÍA (de las catequesis preparatorias para la JMJ)

1. Un acontecimiento sorprendente



"¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24,34). Es el grito de los discípulos a los de Emaús cuando, después de encontrarse con Jesús, vuelven a la comunidad de Jerusalén. Jesús verdaderamente resucitó y así lo fueron descubriendo los testigos de sus apariciones. Al principio no podían creerlo, era algo impensable. Jesús durante su vida en la tierra resucitó muertos, pero la resurrección de Jesús es distinta: ya no morirá más.


El cuerpo de Jesús resucitado es una carne transfigurada, con propiedades espirituales: es material y espiritual a la vez. ¿Por qué? Porque la carne ha sido espiritualizada con la presencia del Espíritu Santo. Por eso es nota común a las apariciones que al principio a Jesús no le reconocen. Es el mismo pero está transformado; ya no es lo mismo, su humanidad ha recibido la plenitud del Espíritu Santo.


2. La resurrección es muestra del poder de Dios


La primera fórmula de fe que aparece en el Nuevo Testamento es muy básica: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos". En esta primera expresión, ¿por qué Dios es el sujeto? Porque sólo Dios tiene fuerza para dar vida a un muerto. Así se muestra el poder de Dios que es el único que puede salvar. Más adelante, sin cambio de sentido, aparecerá la expresión "Cristo resucitó" (1Co 15,13s). Es Jesús el que puede vencer el poder de la muerte con la vida nueva de la resurrección. La resurrección confirma que Jesús no es un mero hombre, sino que es Dios.


La resurrección es una "nueva creación", por la que todo vuelve a ser hecho. Es el Padre el que resucita a Jesús y es el Hijo el que resucita por la fuerza del Espíritu Santo


3. La resurrección: fundamento de la fe de la Iglesia


La resurrección de Cristo, realizada con la fuerza de Dios, es el centro y la originalidad de la fe cristiana. La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz.


Pero la fuerza de la resurrección está en el testimonio de los testigos. Pablo señala algunos de ellos: Pedro, los Doce apóstoles, un gran número de discípulos y, por último, a él mismo. El mismo Pablo es testigo de la resurrección y si tiene fe en ella y la confiesa con tanta convicción es porque ha sido testigo de primera mano. Primero el testimonio del sepulcro vacío y después las numerosas apariciones hacen posible que el mensaje de la resurrección sea creíble para los testigos y aquellos a los que éstos comunican esta buena nueva.


4. La fe en la resurrección es fuente de salvación


Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (1Co 15,17). Por eso la fe cristiana tiene su fundamento en la victoria de la vida sobre la muerte. Esto es lo que nos salva. La confesión de Cristo muerto y resucitado es tabla de salvación para el creyente.La resurrección de Cristo transforma el cansancio y la frustración en esperanza. ¡Es posible algo nuevo! ¡Siempre es posible el cambio! No hay nada que esté perdido. Esta es la experiencia de los discípulos: con miedo, encerrados en el cenáculo, sólo les hace superar el temor ver a Jesús resucitado. Jesús se aparece, y esto les devuelve la esperanza. Así también los de Emaús cambian radicalmente: de huir de Jerusalén defraudados por el triste final de Aquel al que habían seguido y había "fracasado" en la cruz, pasan a volver rápidamente al descubrir que Jesús está vivo.

5. La resurrección es un acontecimiento histórico y trascendente


La credibilidad de las apariciones viene dada por las notas comunes que en ellas se repiten: es un acontecimiento inesperado, en primera instancia no reconocen que es Jesús, les cuesta salir de la tristeza en la que están, al principio les cuesta creer que sea Jesús, sólo por sus gestos y palabras lo reconocen. Así, por ejemplo, los de Emaús salen de Jerusalén decepcionados y sólo le reconocen cuando Jesús hace el signo del "partir el pan" (Lc 24,31) y en ese momento se dan cuenta de que su corazón ardía cuando Él les hablaba en el camino (Lc 24,32).


Es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos y asustados. Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos". Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado".


6. La resurrección de Jesucristo trae una vida nueva


Si por la muerte de Jesús somos liberados del pecado y de la muerte eterna, por la resurrección se nos abre el camino a una vida nueva. En palabras de San Pablo: con la muerte de Cristo muere nuestro hombre viejo y con su resurrección renace el hombre nuevo.


En el bautismo participamos del misterio pascual a través del signo del agua. La vida nueva que nos trae Cristo resucitado es la vida eterna . No se trata sólo de la vida futura, sino que cuando vivimos en el Espíritu ya poseemos la vida eterna, aunque no plenamente. Conviene no olvidar que la vida nueva y eterna no es, en rigor, simplemente otra vida; es también esta vida en el mundo. Quien se abre por la fe y el amor a la vida del Espíritu de Cristo, está compartiendo ya ahora, aunque de forma todavía imperfecta, la vida del Resucitado.


7. Es una gran noticia que debe ser comunicada: comunidad y evangelización


Es nota común a todas las apariciones, que los que ven a Jesús no pueden callárselo. Es tan grande la noticia que han de anunciarlo. Así pues, la resurrección lleva a volver a la comunidad y al anuncio. Las primeras en encontrar el domingo de Pascua el sepulcro vacío fueron mujeres. Asumen el riesgo de no ser creídas. Pero es más fuerte la experiencia que el temor al qué dirán. La experiencia de Jesús resucitado hace volver a la comunidad a los que se han ido de ella por miedo o decepción. El encuentro con Jesús vivo lleva a vivir la fe en la comunidad, a compartirla, a anunciarla.


lunes, 11 de abril de 2011

SE ENTREGA A LA MUERTE, LIBREMENTE ACEPTADA (de las catequesis preparatorias de la JMJ)

1. El dolor es una realidad universal que ningún hombre ni sistema puede eliminar


Todos sufrimos: es una realidad universal. Desde que nacemos no podemos evitar el dolor. En todas las etapas de nuestra vida constatamos esta realidad, pero a medida que crecemos la vamos sintiendo más. El hombre, en la medida en que es consciente de lo que le ocurre, sufre más.

Hay una lucha permanente entre dejar de sufrir y aceptar las situaciones dolorosas que nos sobrevienen inevitablemente. El ser humano busca eliminar el sufrimiento físico, psíquico y moral. La investigación científica, en el campo de la medicina por ejemplo, avanza en la lucha contra el dolor, pero no puede abolirlo. El combate frente al sufrimiento es legítimo y necesario, pero no puede ser el objetivo final, porque lleva a la frustración de no poder aniquilar algo que permanece de muchos modos en cada persona y en la sociedad.

El dolor pone al hombre ante su debilidad. Éste no respeta ninguna edad ni situación. Nos llegan noticias de desgracias naturales, muertes repentinas, enfermedades incurables. Conocemos niños y jóvenes a los que les sorprende en edad temprana situaciones muy dolorosas que no podemos explicar ni entender, lo cual trunca muchos proyectos aparentemente legítimos. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿El dolor conlleva la ruina y la tristeza para el que sufre? ¿Es posible sufrir y ser feliz?

Si el objetivo final es abolir el sufrimiento para poder ser feliz, sería imposible la felicidad en esta tierra, porque es imposible eliminar totalmente el dolor. Entonces, ¿cómo integrar el dolor, las debilidades e incapacidades para que la vida sea auténticamente lograda?, ¿cómo compaginar una vida plena y auténtica cuando el dolor sobreviene?


2. El dolor es un misterio

Cuando llega una situación dolorosa se suelen dar las siguientes etapas: primero la negación de la misma, después la pregunta sobre esa situación y, tras un tiempo, la tensión entre aceptarlo o rechazarlo. Veamos cómo se dan.


Ante una circunstancia muy dolorosa es muy frecuente negarla diciéndonos: "esto no ha ocurrido", "no es posible que esto me haya sucedido a mí". Cuando uno ya no puede negarlo, porque la realidad se acaba imponiendo, se suscita la pregunta del por qué: ¿por qué esta enfermedad?, ¿por qué esta desgracial? Y no encontramos respuesta ante este cuestionamiento existencial. Atascarse en esta etapa lleva a la frustración. No hay una respuesta plenamente convincente ante el porqué del dolor. Pero no podemos quedarnos ahí.



La pregunta del porqué es inevitable y necesitamos hacerla durante un tiempo. Pero necesitamos dar un paso más. El hombre tiene la necesidad de dar sentido a toda realidad. A la pregunta del por qué debe seguir otra: la del "para qué". Pero dar este paso supone una decisión previa. Ante la realidad del dolor es necesario tomar una opción. O el lamento permanente del no poder comprender por qué ha sucedido ese acontecimiento doloroso, lo cual lleva a la amargura, o bien aceptar -aunque no se comprenda- que ese hecho tiene un sentido más allá del aparente. El dolor nos sitúa ante el misterio de algo que se nos escapa radicalmente. Y ante el misterio la actitud más adecuada es la del silencio y la adoración.


El silencio es la mejor reacción ante el dolor ajeno. Cuando alguien está sufriendo, ¿de qué le sirven las palabras, muchas veces forzadas, del que le intenta consolar? Ante el sufrimiento lo primero y fundamental es callar; no malgastar palabras, al menos no decir una sola que no se sienta completamente, pues ante el dolor todo suena a falso; cuanto más, lo que ya es falso de por sí. En esas circunstancias lo mejor es acompañar en silencio, estar junto al que sufre, tratar de asumir interiormente su dolor y así amarle sin palabras.

Ante el sufrimiento propio lo mejor es expresar el sentimiento (con palabras, gritos, con lágrimas.) y entregarlo a Dios. Son dos momentos y dos niveles: el del sentimiento del dolor que necesita ser sacado de nuestro corazón y se saca expresándolo, y luego entregar al Señor ese sentimiento, ofrecerle esa situación.

Lo peor de cualquier situación dolorosa no es ésta en sí misma, sino el no poder aceptarla. Hay personas con enfermedades muy graves irreversibles, hay madres que han perdido a un hijo y que viven felices, no porque no les duela esa situación, sino porque la han aceptado y la han dado un sentido que les permite integrarla.


3. El dolor, una vez asumido, colabora a la realización y plenitud del hombre

Podríamos decir que sufrir no es bueno -porque no es agradable y resulta doloroso- pero sí es bueno haber sufrido, porque nos permite ser más comprensivos ante los límites de los demás. Todo dolor conlleva una crisis que, cuando se supera, posibilita el crecimiento y la maduración. El dolor purifica, nos sitúa en nuestra más honda realidad. El sufrimiento va limando nuestro corazón y duele mucho, pero el efecto que deja al ser limado es el de un corazón más comprensivo, más capaz de amar. El sufrimiento aceptado permite comprender mejor la debilidad humana. El que ha sufrido sabe compadecerse mejor que el que no ha tenido esa experiencia. Por eso Dios mismo ha querido entrar en el camino del dolor. Dios, en su Hijo Jesucristo, ha asumido totalmente nuestro dolor para así consolarnos.


4. La cruz de Jesucristo es la respuesta de Dios al sufrimiento humano

La realidad del sufrimiento es un escándalo para el que espera que Dios impida el dolor. La célebre acusación contra la existencia de Dios por la realidad del sufrimiento todavía permanece: ¿cómo puede seguir habiendo sufrimiento si existe un Dios bueno y omnipotente? Pero Dios, que es omnipotente y podría evitar todo dolor, no lo hace, no porque sea malo, sino porque acepta la libre decisión del hombre, que al enfrentarse a Dios y alejarse de Él ha abierto la puerta al dolor y a la muerte.


Ante esta situación, producida por la libertad humana, Dios libremente no suprime lo que el hombre produjo con su libertad. Pero no quiere dejarle solo y por eso Él también asume lo que, de por sí, no le corresponde. Su respeto a la libertad es tan grande que más que eliminar el dolor lo que hace es asumirlo. Este es el sentido de la Pasión: Jesucristo comparte totalmente nuestra condición doliente y nos acompaña en ella.


Así pues, ¿cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento humano? Dejar que su Hijo pasase por lo mismo que nosotros, hasta morir del modo más ignominioso, como un esclavo. ¿Cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento de su Hijo? El silencio. Dios calla. Es un escándalo. Él lo podría haber evitado. Pero no, no lo hizo. ¿Por qué? ¿Por qué dejó que su Hijo muriese, sufriese? ¿Por qué en Getsemaní, cuando su Hijo con lágrimas en los ojos y sudando sangre de angustia le pidió clemencia, que pasase de Él ese cáliz amargo de sangre, por qué en ese momento calla? Es el Misterio de Dios, el Misterio del sufrimiento, el Misterio del hombre.


¿Qué hace Jesús ante su propio sufrimiento durante la Pasión? Jesús habitualmente calla y cuando habla no lo hace para defenderse, sino para enseñar, para educar con su actitud. ¿Qué ocurre en el Calvario? Hay silencio, sólo roto por los que se burlan de Jesús o por sus "siete palabras" en la cruz. Jesús evangeliza en su vida terrena, y en su muerte, silenciosamente. Sin dejar de ser Hijo de Dios, en la cruz manifiesta su lado más humano, del que quiso hacerse en todo semejante a nosotros excepto en el pecado. Nos resulta difícil comprender por qué Dios se revela en esa debilidad.


5. El sentido de la muerte de Jesús

La muerte del Hijo de Dios en la cruz es un misterio. Ante el misterio, decíamos antes hablando del sufrimiento, la mejor respuesta es la contemplación y la adoración del mismo. No avanzamos preguntándonos por el por qué. Pero sí cuando nos interrogamos: ¿para qué muere Jesús?

a) Libremente y por amor

Jesús acepta la muerte de un modo voluntario y libre. ¿Para qué? Para redimirnos del pecado. Este "para qué" contiene un por qué más profundo: el amor del Padre que se manifiesta en su Hijo Jesucristo. Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1) porque nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. Jesús asume la muerte, no porque le resulte agradable, sino porque quiere hacer la Voluntad del Padre, que por Amor pide esa entrega definitiva.


b) A todos y cada uno

La eficacia de la redención de Cristo afecta a todos los hombres de un modo personal. "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). El colectivo "todos" supone que afecta a cada uno en particular.


6. La cruz es fuente de vida.

Jesús asume todo lo humano y por eso acepta el sufrimiento como algo que hay que tomar para que el hombre sea liberado de él. Mirar a Cristo en la cruz es encontrar el consuelo y la paz para vivir nuestros sufrimientos. Salir de uno mismo mirando a la cruz de Cristo es saberse acompañado por Él que ha querido tomar sobre sí todas nuestras dolencias por amor. Esta es la experiencia de los santos, que al unirse a la Cruz de Cristo encuentran el sentido pleno de su entrega.

a) En la compañía de los santos y de toda la Iglesia

San Pablo experimenta en su propia carne la cruz de Jesús: "Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal. 2.19-20). "Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos: mas para los llamados... fuerza de Dios y sabiduría de Dios... Pues no quise saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Co 1,23-24: 1Co 2, 2). Vive todas las penalidades que sufre en la misión con la alegría del que se sabe unido a Cristo.

San Francisco de Asís, que tiene una visión y una experiencia mística de la cruz en la que recibe las cinco llagas dirá: "Me sé de memoria a Jesucristo crucificado". Este conocimiento se aprende mirando al crucifijo. Es un conocimiento comprensivo y entrañable. Es un conocimiento fruto del amor.


La Beata Teresa de Calcuta dice: "Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él".

b) En la cruz está la vida y el consuelo

La contemplación de Cristo nos permite ver cómo su muerte es fuente de vida. Es normal que el dolor asuste -así le pasó a Jesús en el huerto de los olivos- pero cuando se acepta y se integra como paso necesario para una vida resucitada, es fecundo. La Cruz es el único medio que tenemos para ascender hasta Dios. El que entra seriamente en el camino de la Cruz, quedará cambiado en su interior. Nosotros seremos iguales a Él, si llevamos su Cruz tras Él.


c) La salvación pasa por la cruz.

Cristo murió una vez y por todos, pero en los miembros de su cuerpo sigue sufriendo cada día. Cristo sufre con todo el dolor de la humanidad, de cada hombre. Por eso Él y sólo Él puede restaurar y dar sentido al sufrimiento.


El sufrimiento tiene sentido porque será el paso necesario para que nuestra vida sea transfigurada. El pan no se puede repartir si antes no se parte, no se rompe. Tampoco nosotros podremos repartirnos, podremos manifestar la vida que llevamos dentro y a la que estamos llamados, si no nos partimos, si no aceptamos sufrir por amor. Estar así es camino de salvación, es vivir como Jesús la humanidad, es ser personas en plenitud.


La muerte no tiene la última palabra. Cristo con su resurrección ha vencido el poder del pecado y de la muerte. El significado de la muerte de Jesús queda iluminado con la gloria de la resurrección.